
Cómo transformar el síndrome del impostor en una herramienta de autoconocimiento
Aunque afecta al 70% de las personas, pocos lo identifican. Alejandra Marcote, experta en coaching, revela cómo transformar el síndrome del impostor en un motor de autoconocimiento y cambio.
El síndrome del impostor afecta a millones de personas, incluso a quienes tienen un historial comprobado de logros. Alejandra Marcote, contadora, máster en coaching y cambio organizacional, y autora del libro “Cómo transformar el síndrome del impostor en tu aliado”, analiza las causas, impactos y oportunidades de esta experiencia psicológica en la vida personal, profesional y organizacional.
Sentir que no se está a la altura, que los logros no son merecidos o que en cualquier momento “alguien va a descubrir que no somos tan buenos como creen”, son sensaciones comunes para muchas personas. Esta experiencia tiene nombre: síndrome del impostor.
“Más allá de que logremos un montón de cosas, tengamos buenas notas o nos vaya bien en el trabajo, sentimos internamente que en algún momento alguien va a descubrir que no somos suficientes”, explica Alejandra Marcote. Según las estadísticas, esta percepción afecta a cerca del 70% de las personas en algún momento de sus vidas, con efectos directos sobre el bienestar, la productividad y la capacidad de innovar.

¿De dónde surge el síndrome del impostor?
No existe una única causa. Marcote lo analiza desde la formación de creencias en la infancia y su refuerzo en contextos educativos y laborales. “A veces crecemos en entornos donde el error está penalizado, donde si preguntás algo es porque no sos suficientemente inteligente. Eso va dejando huellas”, señala.
Las comparaciones también alimentan este fenómeno. “Desde chicos nos miden con otros: ‘tu prima estudia más que vos’, ‘tu hermano sabe más’. Así perdemos el eje interno y comenzamos a juzgarnos en relación a los demás”, detalla.
Otra fuente es el perfeccionismo: “Yo era muy autoexigente, y si me sacaba un 10, igual sentía que me faltaba algo. Esa idea de que todo debe salir perfecto refuerza la sensación de insuficiencia”. El entorno organizacional muchas veces no ayuda: estructuras jerárquicas rígidas, culturas que castigan el error y estilos de liderazgo autoritarios alimentan el temor a equivocarse y la duda constante sobre las propias capacidades.

¿Por qué afecta más a las mujeres?
Aunque también afecta a los hombres, las mujeres suelen vivirlo con mayor intensidad, en parte por mandatos sociales y culturales. “Nos enseñaron a ser modestas, a no contar nuestros logros. Y encima, en lo laboral nos exigimos mucho, pero también en lo doméstico: ser buenas profesionales, buenas madres, buenas hijas… Todo al 100%. Es una carga muy pesada”, afirma Marcote.
Además, muchas mujeres no se permiten reconocer sus fortalezas. “Les cuesta pararse y decir ‘esto lo logré yo’”, apunta. Esta dificultad para apropiarse de los éxitos contribuye a mantener la sensación de estar “engañando” a los demás.
También les pasa a los líderes
El síndrome del impostor no distingue jerarquías. Desde artistas hasta científicos, pasando por figuras políticas y CEOs, todos pueden sentir que no merecen su lugar.
“Michelle Obama habla abiertamente de eso. Einstein también minimizaba sus logros. Incluso entrevisté a Sergio Kaufman, líder para Latinoamérica de una gran empresa, y me dijo: ‘¿Quién no lo siente?’”, comenta la autora. Y agrega: “A veces, cuanto más alto estás, más solo te sentís y más dudas tenés sobre si merecés estar ahí”.

¿Cómo convertirlo en un aliado?
El primer paso es reconocerlo y ponerle nombre. “Esto no es que soy un desastre, es una historia que me estoy contando. Saber que esto tiene nombre y se puede trabajar, ya es un montón”, asegura Marcote.
También es clave compartirlo. “Cuando hablamos del tema, descubrimos que no estamos solos. En un equipo de 10, quizás 7 sienten lo mismo. Hablarlo reduce la vergüenza y nos da perspectiva”, enfatiza.
La autora propone además trabajar el autoconocimiento: “Escuchá qué te decís internamente. Esa voz que aparece cuando te equivocás y te castiga: ‘no servís para esto’, ‘vas a fallar’. Es cruel y no se calla sola. Hay que aprender a identificarla y responderle con compasión”.
Otro punto esencial es redefinir el error. “Hoy todavía muchas personas viven el error como un castigo, pero el error es parte del proceso de aprendizaje. En algunas organizaciones empieza a haber más apertura, pero culturalmente sigue penalizándose”, afirma.

Implicancias organizacionales
Para Marcote, generar espacios de seguridad psicológica es fundamental. “Muchas empresas dicen que valoran el aprendizaje del error, pero si después una persona se equivoca y en la evaluación de desempeño eso pesa como algo negativo, entonces no hay coherencia”, señala.
Lo mismo aplica para el liderazgo. “A veces un líder le dice al equipo ‘del error se aprende’, pero internamente siente bronca o culpa cuando alguien falla. Eso se nota. Hay que trabajar esas emociones para liderar desde otro lugar”.
Además, advierte sobre los riesgos de sostener culturas laborales basadas en el miedo. “Las empresas que siguen promoviendo el látigo van a tener cada vez más dificultades para sostener el talento, sobre todo con las nuevas generaciones, que ya no están dispuestas a quedarse donde no se sienten valoradas”, afirma.
Marcote también apunta al impacto en la innovación: “Si nadie se anima a decir lo que piensa por miedo a quedar en ridículo o ser castigado, la diversidad queda en la superficie. Las conversaciones importantes no suceden, y con eso se pierde valor y creatividad”.

Una mirada más compasiva
El síndrome del impostor no se trata de falta de mérito, sino de una desconexión entre lo que una persona logra y lo que es capaz de reconocer como propio. “Una vez me contaron: ‘me llamaron a dar una charla, pero fue porque otra oradora se bajó’. Y yo les digo: ¿y a vos quién te llamó? ¿Fueron a buscar a alguien a la calle? No. Vieron tu recorrido, tu experiencia. Pero no lo ves, porque no mirás lo que tenés, mirás lo que te falta”, reflexiona.
El desafío, según Marcote, es empezar a mirar hacia adentro. “Empezar a ver qué frases nos decimos, en qué contextos se activan esas voces, y trabajar con herramientas que nos permitan estar mejor preparados. No para dejar de sentirlo de un día para el otro, sino para poder gestionarlo y transformarlo en un motor”.
En tiempos donde se exige innovación constante, creatividad sin pausa y rendimiento impecable, animarse a decir ‘no sé’, ‘me equivoqué’ o simplemente ‘esto lo hice bien’ se vuelve un acto de valentía. Transformar el síndrome del impostor en una herramienta de autoconocimiento no solo mejora la experiencia personal, también puede redefinir el futuro de equipos y organizaciones. “No se trata de no sentir miedo, sino de poder avanzar a pesar de él”, concluye.
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