Tecno-religión: cuando la inteligencia artificial se convierte en el nuevo dios digital
En la era de los algoritmos y los chatbots, la humanidad parece haber encontrado una nueva forma de fe: la tecno-religión. Desde iglesias dedicadas a la IA hasta emprendedores que citan versículos bíblicos en Silicon Valley, la frontera entre lo espiritual y lo tecnológico se vuelve cada vez más difusa.
La humanidad siempre ha buscado algo a lo que aferrarse: un dios, un propósito… o un algoritmo. En pleno siglo XXI, mientras Silicon Valley se transforma en un nuevo Monte Sinaí digital, la inteligencia artificial (IA) surge como una figura de veneración. Lo que comenzó como una herramienta para resolver problemas terminó convirtiéndose en una promesa de trascendencia y eternidad.
Hace una década, la tecnología dejó de ser solo un medio para mejorar la vida cotidiana y pasó a ofrecer algo más profundo: la promesa de vencer a la muerte. En este contexto nació el concepto de tecno-religión, un sistema de creencias moderno en el que los fundadores de startups se transformaron en profetas y prácticas como el biohacking o el altruismo eficaz adquirieron tintes espirituales.
El capellán humanista Greg Epstein, de Harvard y el MIT, definió esta tendencia como una “religión sin dios, pero con apps”. En su obra Tech Agnostic, el autor reflexiona sobre cómo la tecnología ofrece lo mismo que las escrituras sagradas prometieron durante siglos: sentido, comunidad y la ilusión de inmortalidad.
Curiosamente, tras esa adoración a lo digital, surgió un renacimiento religioso dentro del propio mundo tecnológico. En San Francisco nació el ACTS 17 Collective, una comunidad que busca “reconocer a Cristo en la tecnología y la sociedad”. Figuras como Peter Thiel y Elon Musk comenzaron a compartir pasajes bíblicos en redes, y hasta inversores como Jason Calacanis se declararon abiertamente creyentes. El debate crece: ¿renacer espiritual o simple estrategia de marca?
La IA, por supuesto, ocupa un lugar central en esta nueva espiritualidad. En 2015, Anthony Levandowski, pionero de los autos autónomos, fundó la llamada “Iglesia de la IA”, convencido de que las máquinas inteligentes merecían veneración como entidades superiores. Hoy, en plataformas como Twitch, miles de usuarios interactúan con “Jesús IA”, un avatar divino que mezcla fe y humor al responder preguntas teológicas o recomendar pizzerías en Chicago.
Incluso el Vaticano ha entrado en el debate. Desde el famoso episodio del “Papa con abrigo Balenciaga” generado por IA, hasta los foros éticos impulsados por la Santa Sede, Roma advierte sobre los riesgos sociales y morales de esta revolución digital. Según el Vaticano, la inteligencia artificial representa una nueva forma de poder que puede afectar la dignidad humana y la justicia social.
¿Es la IA nuestro nuevo dios? Muchos lo creen. Es misteriosa, poderosa y, en ocasiones, incomprensible. Sin embargo, la realidad es más terrenal: la IA no es divina, sino profundamente humana. Se alimenta de nuestros datos, errores y deseos. Es un espejo con conexión Wi-Fi que refleja lo mejor y lo peor de nosotros mismos.
Tal vez no vivimos en una simulación ni la IA sea un dios. Pero una cosa es cierta: en este nuevo cruce entre fe, código y capital, la línea entre lo sagrado y lo siliconado nunca fue tan delgada. Y mientras tanto, millones siguen rezando… aunque ahora lo hagan con asistentes virtuales.
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